Homenaje póstumo a
Giovanna Morales (1980-2010).
Por Néstor Guerrero S.
Justo en momentos en que la configuración del
escenario sociopolítico en Chile pareciera ser factible para materializar las
condiciones prácticas de posibilidad para articular un Movimiento Social -con
mayúscula siguiendo la distinción garretoniana-, cobra sentido reflexionar
sobre una experiencia concreta surgida hace varios años desde la Universidad de
Chile en que se produjo una articulación de dos actores que, en términos
históricos, corresponden a movimientos sociales específicos, esta vez con minúscula.
Se trata de los estudiantes y los pobladores.
El año 2004 un grupo de estudiantes de la Escuela de
Gobierno y Gestión Pública de la Universidad de Chile iniciamos un trabajo
extra-curricular cuyo objetivo era volcar nuestras capacidades (en tanto nos formábamos
en la gestión pública, las políticas públicas y la ciencia política) hacia el “mundo de las poblaciones”. Como grupo buscamos
enmarcar (framing) ese proyecto en un lema que acolchaba
el sentido que entonces le otorgábamos a nuestra acción: “la U al pueblo”
señalábamos recuperando esa categoría como un metacolectivo olvidado en el
discurso público del Chile de los noventa. Tratábamos entonces, a través de ese
lema, graficar el compromiso de “una universidad cuyo norte sea Chile y las
necesidades de su pueblo”.
En la búsqueda de consolidar el proyecto, aumentar la
convocatoria y generar los apoyos institucionales, decidimos –de modo más o
menos deliberado- adscribir nuestro incipiente trabajo a la figura socialmente aceptada
del “voluntariado”. La población que nos abrió las puertas fue la “Nueva
Guanaco”, ubicada en los límites de las comunas de Recoleta y Conchalí y
denominada así por las autoridades del régimen autoritario de Pinochet. En
realidad, el nombre dado por los propios pobladores es “Siete de Febrero”,
debido a la fecha en que ellos se tomaron los terrenos, fundando la población
un 7 de febrero del año 1957, ocho meses antes que la emblemática toma de la
población “La Victoria”. En efecto, se trataría de una de las primeras tomas de
América Latina.
Entonces, el proyecto de voluntariado perseguía
básicamente aportar herramientas para contribuir con el empoderamiento de los
dirigentes comunitarios y, por tanto, con el fortalecimiento organizativo de
los pobladores, pero además teníamos como objetivo central fortalecer o
reforzar los procesos educativos formales de los niños y niñas de la población
y, mediante actividades deportivas, artísticas y culturales, generar
condiciones de inclusión social para sus habitantes. Desde la universidad,
sosteníamos con firme convicción, podríamos contribuir con estos procesos más
bien estructurales. En efecto, en tanto Administradores Públicos, nos
auto-definíamos como “agentes de cambio social”. Pero como estudiantes no solamente debíamos
comprender y aprehender las condiciones de vida “allá afuera”, sino que abrimos
las puertas de las aulas universitarias a los pobladores. Contamos con el apoyo
decidido de varios profesores, quienes abogaban también por un concepto de
universidad y escuela comprometida socialmente.
El equipo de voluntarios fue, a decir verdad,
excepcional. Allí se jugaron, a mí parecer, valores esenciales indispensables
en una formación universitaria humanista, laica, crítica y comprometida con el
valor de lo público. Y además, por qué negarlo, la mayoría de nosotros con
afinidades y compromisos con la izquierda universitaria. Pero también
desplegamos nuestras capacidades en terreno, contrastando, complementando y
ciertamente tensionando los modelos formativos sin vasos comunicantes con lo
real.
De las líneas de trabajo desarrolladas, la más
consolidada fue el reforzamiento escolar que, en efecto, sigue vigente hasta el
día de hoy. Fue precisamente a partir de las conversaciones cotidianas con los
propios niños y niñas que identificamos una carencia que, para nosotros y para
ellos, devenía en necesidad. Los niños y niñas no conocían la historia de su
población y, según logramos recoger de sus palabras y de los pobladores
adultos, había la sentida necesidad de reencontrarse con su propia historia
colectiva. Fue entonces que el año 2005 surge el proyecto “Población Nueva Guanaco: los vecinos y vecinas rescatan y reconstruyen
su memoria histórica” (en ese momento aun desconocíamos el origen del
nombre de la población). Gracias al apoyo de fondos de la universidad, nos
sumergimos en la historia de la población. Fue aproximadamente un año y medio
de arduo trabajo junto a los protagonistas: dirigentes históricos, pobladores y
pobladoras nos permitieron escuchar (de diversos modos) sus historias. Ello fue
complementando con un proceso de investigación historiográfica, consulta de
documentación y bibliografía. Así, un producto tangible fue la publicación y
distribución gratuita de libro: “Población
Siete de Febrero: vecinos, vecinas, vivencias, vivienda”, ahora con el nombre que
adquiere sentido real para sus pobladores.
Sobre esta base y sobre esta memoria, cabe reforzarlo,
es que hoy continúan desarrollándose los trabajos voluntarios. Sin duda es un
proyecto consolidado que ha sido sostenido por ya varias promociones de
estudiantes. De eso podrá dar fe el estamento no académico que, vale el
reconocimiento, siempre ha estado comprometido con el éxito de la iniciativa.
Pero pienso que ello no es suficiente. En términos institucionales se echa de
menos un apoyo decidido hacia un trabajo que permite a los estudiantes poner en
práctica sus capacidades, dado que implica gestionar el proyecto, planificarlo,
monitorearlo. Pero de parte de los estudiantes, pienso que mantener una mirada
crítica respecto a la propia acción voluntaria es siempre necesario. Por
ejemplo, ampliar las perspectivas de trabajo, sobre todo en términos
cualitativos; vincular al estamento académico; retomar algunas categorías como
el empoderamiento ciudadano; trabajar sobre la base de principios de inclusión,
diversidad, no discriminación y participación activa; son posibles modos de
repensar la acción voluntaria y, por tanto, la ética estudiantil y el
compromiso universitario.
En definitiva, un desafío central para que el proyecto
de voluntariado trascienda la asistencia, es convocar e involucrar a otros
actores de la comunidad universitaria (directivos, personal académico y no académico), lo que
requiere (re)orientar la acción voluntaria, desde los propios estudiantes,
sobre la base de principios éticos cuyo sentido sea la democratización del
conocimiento, el compromiso universitario con la realidad social del país, y el reconocimiento
de quienes viven en situaciones de exclusión como legítimos otros.